En la última edición de la revista New Yorker, Malcom Gladwell resume todo a un adjetivo: "The tweaker". Steve Jobs era eso, el ajustador, el artesano que refinaba y perfeccionaba un invento ya existente.
Según la aplicación Kindle en mi iPad, llevo leído el 46% de la biografía de Walter Isaacson sobre Steve Jobs, pero he avanzado lo suficiente para saber que Malcom Gladwell ha capturado la esencia del libro -y del hombre- en la reseña que ofrece en el más reciente ejemplar de New Yorker.
La tesis de Gladwell es que Jobs, en el fondo, era una versión -en la era de la información- de esos ingenieros del siglo XVIII y principios del XIX que colocaron a Inglaterra a la cabeza de la revolución industrial, creando y perfeccionando la mula mecánica para hilar algodón. Tales hombres, de acuerdo con un artículo reciente de los economistas Ralf Meisenzahl y Joel Mokyr, proporcionaron las "micro invenciones necesarias para que las macro invenciones fueran altamente productivas y lucrativas".
Es una tesis poderosa, una que el propio Isaacson no ofrece a sus lectores, pero lo que la sostiene en el texto de Gladwell son los detalles íntimos y reveladores que recoge del laborioso informe hecho por Isaacson.
Creo que cualquier persona que sienta curiosidad por el hombre que construyó Apple debe leer el libro de Isaacson. Pero si quieres una rápida ‘probadita' de Steve Jobs en toda su aterradora complejidad, la reseña de Gladwell es de lo mejor que he visto hasta la fecha.
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