Algunos de sus bloques de 3,60 metros de alto y 1,20 de ancho se regalaron a EE.UU., otros se subastaron en Montecarlo y también fueron vendidos.
El destino del Muro de Berlín después de 1989 no revela menos sobre la vida política de Occidente que su historia anterior. La misma ciudad que tuvo los bloques de concreto por infranqueable límite durante 28 años muestra hoy en qué régimen perduran. Por ejemplo, en la exposición Los nuevos dueños del Muro de Berlín, del fotógrafo Hartmut Jahn.
En su búsqueda del Muro, Jahn llegó al rancho del ex presidente Ronald Reagan en Estados Unidos, al Vaticano, al Jardín Zen de Japón y a una residencia privada de Ibiza, en España. Las fotos que tomó en cada caso pueden verse en el Ministerio del Exterior alemán acompañadas de entrevistas a los “nuevos propietarios” del concreto comunista.
Es que tras la decisión que en diciembre de 1989 tomó el gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) de derrumbar la muralla, algunos de sus bloques de 3,60 metros de alto y 1,20 de ancho se regalaron. Por ejemplo a Reagan, en reconocimiento al éxito de su política anticomunista.
Otros se vendieron: 81 bloques de concreto especialmente atractivos por sus grafittis se subastaron en 1990 en Montecarlo, con un precio base de 50.000 francos (equivalentes a unos 5.000 euros – 9.000 dólares de hoy).
Al empresario alemán Olaf Stölt, que no estaba en Berlín cuando cayó el Muro, no le impidió llevarse un fragmento a Ibiza. Allí lo integró a su magnífica residencia, como testimonio histórico para los habitantes de la isla, según asegura en la entrevista.
POR TODO EL MUNDO
Muchos fragmentos de Muro están en Estados Unidos: se los puede ver en el Museo del Muro – Archivo de la Guerra Fría de Los Angeles, o en la Biblioteca y Museo presidencial Franklin D.Roosevelt, en el Hyde Park de Nueva York, entre otros sitios.
Edwina Sandys, escultora y nieta de Winston Churchill, conserva uno de los bloques en el Westminster College de Missouri, donde en 1946 su abuelo acuñó, en un discurso sobre la expansión del comunismo, la célebre expresión “cortina de hierro”.
El Muro se usó para monumentos históricos, piezas decorativas o artísticas y también para trofeos y souvenirs, como los miles de pequeños fragmentos de autenticidad discutible que se pueden comprar por monedas en cualquier casa de souvenirs de Berlín.
EL NEGOCIO
Pero si el Muro es objeto de codicia es, en parte, porque con él se puede hacer dinero: “Todo lo relacionado con el Muro es comerciable, aunque la gran mayoría de las cosas que se venden no hayan nacido con ese fin”, sintetiza Dario Ziesmer, berlinés que cobra por guiar turistas por el trazado del muro, que en el suelo de la ciudad está señalado con una doble línea de adoquines.
Desde su caída, los bloques se convirtieron en el botín más visible y concreto de la Guerra Fría, que a diferencia de la guerra que la antecedió no concluyó con apropiaciones territoriales. Pero el capitalismo se lo devoró, haciendo de él una mercancía.
En Berlín, mientras tanto, quedan algunos restos en pie de los 45 kilómetros que tenía la sección más ampulosa, la que dividía la ciudad.
Pueden verse y fotografiarse restos originales, aunque de carácter más bien turístico, en Potsdamer Platz y en la East Side Gallery, donde el fragmento más largo de Muro que se conserva está ahora cubierto de la obra de diversos artistas plásticos.
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